lunes, 16 de junio de 2014

Ir a por agua

Isabel Cabrera me ha enviado este interesante artículo para que lo publique en el Blog. La fotografía a la que se refiere esta historia, es una de las postales de Agudo que mi padre tenía disponibles en nuestra Droguería y Perfumería Siglo XX.
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Por Isabel Cabrera

A los agudeños que ya cumplieron los cincuenta les resultarán bien conocidas frases como “ir a por agua” o “ha ido a la fuente” y la mayoría recordara con más o menos nitidez una escena similar a la que se incluye.

La foto se tomó hacia 1970 y, en estos momentos, el pueblo no disponía de más puntos de agua potable que los pilares del Orejudo y Caño, ambos con dos caños cada uno, la fuente del Loro, en la plaza de la Iglesia, con uno y esta fuente, la de la Plaza o de los Cuatro Chorros. El manantial del Nacimiento había tenido desde antiguo una canalización que surtía directamente al Palacio de la Encomienda y debió perderse cuando este edificio se arruinó. Tras la Desamortización, el párroco D. Casto Delgado adquirió el solar, donde se construyó un asilo con el sistema de “peón de villa” –cada vecino debía contribuir obligatoriamente a las obras con aportaciones en trabajo, materiales, medios de transporte, etc.–. En 1891 el cura solicitó y el Ayuntamiento concedió una tubería particular, que mantendría aún después de haber perdido el edificio sus funciones. Acabada la Guerra Civil, el asilo se utilizó como escuela pública gestionada por unas monjas, que disponían de agua corriente a domicilio para satisfacer sus necesidades, incluido el riego de un huerto; unos años después, los herederos del cura se hicieron cargo del edificio y del precioso caño de uso privado, que seguía manteniendo el Ayuntamiento y que no resultaba muy del agrado de la población en los veranos secos, cuando las filas de cántaros esperando turno se hacían interminables. Desconozco si esta prerrogativa continuaba vigente cuando se realizó la imagen pero, en cualquier caso, no puede considerarse un punto de agua disponible para la población.


La escena, que actualmente puede resultar extraña, fue de una cotidianidad absoluta desde que se construyó la fuente, a fines del siglo XIX, hasta que el Ayuntamiento realizó la red de abastecimiento de aguas a domicilio. Con más o menos concurrencia, dependiendo de las condiciones climatológicas y del momento del día, este sería el aspecto que presentarían las fuentes públicas de la localidad durante generaciones. Buena parte de las casas disponían de un pozo individual o compartido con un vecino, que servía para el consumo animal, el riego de alguna hortaliza en las cerquillas, etc., pero el agua utilizada en el consumo humano, y el lavado de ropa y vajilla procedía siempre de las fuentes públicas, porque la de pozo “no lucía” –el jabón de sosa tradicional se corta y no hace espuma–.

Los cántaros, recipientes para el acarreo y almacenaje, no parece que sufrieran muchos cambios. Su forma y tamaño –cántaro, medio cántaro y cantarilla– debieron perfeccionarse en fecha muy temprana a fin acoplarse al sistema de transporte utilizado; uno en la cabeza, sobre la rueda, y el otro en la cadera, apoyado en la almohadilla para que la ropa no se manchase con la humedad de la base. La porosidad del barro mantenía el agua fresca en verano –se han conservado cántaros vidriados en blanco, procedentes de Puente del Arzobispo, y otros vidriados en verde, que se usaron para contener aguardiente, vinagre, etc., aunque no hemos documentado que se utilizaran para el agua–. Mediada la década de los sesenta se introdujeron los primeros “carrillos”, que permitían llevar hasta cinco cántaros de una sola vez –en el ángulo inferior derecho de la imagen– y algo después los de seis cántaros, incrementándose el número ejemplares en torno a la fuente y las posibilidades de rotura. Nunca faltó en la plaza un trozo de cerámica para pintar un patonato.

En la foto no se aprecia, pero en el interior del pilarcillo, debajo de cada caño, había un prisma de granito, horadado en la cara superior, donde se colocaba el cántaro mientras se llenaba, siendo innecesario que alguien lo mantuviera sujeto debajo el chorro. Una desafortunada reforma, realizada en los ochenta, eliminó este elemento tan práctico –dos de ellos estaban hace algún tiempo en el pilar del Caño–, llevándose, de paso, la plataforma de mármol jaspeado y la baranda de forja que rodeaba el conjunto. La plataforma y la baranda que se observan en la actualidad se añadieron en la última reforma, cuando se intentó devolver a la fuente un aspecto más acorde con su función –abastecer de agua–, renunciando a una falsa monumentalidad que nunca necesitó.


Animo a quien que considere que tiene una foto antigua, documento o algún tipo de información interesante para la historia de nuestro pueblo, que me lo mande a 38gradosnorte@gmail.com y se lo publicaré en el Blog.

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