Isabel Cabrera me ha enviado este interesante artículo para que lo publique en el Blog. La fotografía a la que se refiere esta historia, es una de las postales de Agudo que mi padre tenía disponibles en nuestra Droguería y Perfumería Siglo XX.
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Por
Isabel Cabrera
A los agudeños
que ya cumplieron los cincuenta les resultarán bien conocidas frases
como “ir a por agua” o “ha ido a la fuente” y la mayoría
recordara con más o menos nitidez una escena similar a la que se
incluye.
La
foto se tomó hacia 1970 y, en estos momentos, el pueblo no disponía
de más puntos de agua potable que los pilares del Orejudo y Caño,
ambos con dos caños cada uno, la fuente del Loro, en la plaza de la
Iglesia, con uno y esta fuente, la de la Plaza o de los Cuatro
Chorros. El manantial del Nacimiento había tenido desde antiguo una
canalización que surtía directamente al Palacio de la Encomienda y
debió perderse cuando este edificio se arruinó. Tras la
Desamortización, el párroco D. Casto Delgado adquirió el solar,
donde se construyó un asilo con el sistema de “peón de villa”
–cada vecino debía contribuir obligatoriamente a las obras con
aportaciones en trabajo, materiales, medios de transporte, etc.–.
En 1891 el cura solicitó y el Ayuntamiento concedió una tubería
particular, que mantendría aún después de haber perdido el
edificio sus funciones. Acabada la Guerra Civil, el asilo se utilizó
como escuela pública gestionada por unas monjas, que disponían de
agua corriente a domicilio para satisfacer sus necesidades, incluido
el riego de un huerto; unos años después, los herederos del cura se
hicieron cargo del edificio y del precioso caño de uso privado, que
seguía manteniendo el Ayuntamiento y que no resultaba muy del agrado
de la población en los veranos secos, cuando las filas de cántaros
esperando turno se hacían interminables. Desconozco si esta
prerrogativa continuaba vigente cuando se realizó la imagen pero, en
cualquier caso, no puede considerarse un punto de agua disponible
para la población.
La escena, que
actualmente puede resultar extraña, fue de una cotidianidad absoluta
desde que se construyó la fuente, a fines del siglo XIX, hasta que
el Ayuntamiento realizó la red de abastecimiento de aguas a
domicilio. Con más o menos concurrencia, dependiendo de las
condiciones climatológicas y del momento del día, este sería el
aspecto que presentarían las fuentes públicas de la localidad
durante generaciones. Buena parte de las casas disponían de un pozo
individual o compartido con un vecino, que servía para el consumo
animal, el riego de alguna hortaliza en las cerquillas, etc., pero el
agua utilizada en el consumo humano, y el lavado de ropa y vajilla
procedía siempre de las fuentes públicas, porque la de pozo “no
lucía” –el jabón de sosa tradicional se corta y no hace
espuma–.
Los cántaros,
recipientes para el acarreo y almacenaje, no parece que sufrieran
muchos cambios. Su forma y tamaño –cántaro, medio cántaro y
cantarilla– debieron perfeccionarse en fecha muy temprana a fin
acoplarse al sistema de transporte utilizado; uno en la cabeza, sobre
la rueda, y el otro en la cadera, apoyado en la almohadilla para que
la ropa no se manchase con la humedad de la base. La porosidad del
barro mantenía el agua fresca en verano –se han conservado
cántaros vidriados en blanco, procedentes de Puente del Arzobispo, y
otros vidriados en verde, que se usaron para contener aguardiente,
vinagre, etc., aunque no hemos documentado que se utilizaran para el
agua–. Mediada la década de los sesenta se introdujeron los
primeros “carrillos”, que permitían llevar hasta cinco cántaros
de una sola vez –en el ángulo inferior derecho de la imagen– y
algo después los de seis cántaros, incrementándose el número
ejemplares en torno a la fuente y las posibilidades de rotura. Nunca
faltó en la plaza un trozo de cerámica para pintar un patonato.
En la foto no se
aprecia, pero en el interior del pilarcillo, debajo de cada caño,
había un prisma de granito, horadado en la cara superior, donde se
colocaba el cántaro mientras se llenaba, siendo innecesario que
alguien lo mantuviera sujeto debajo el chorro. Una desafortunada
reforma, realizada en los ochenta, eliminó este elemento tan
práctico –dos de ellos estaban hace algún tiempo en el pilar del
Caño–, llevándose, de paso, la plataforma de mármol jaspeado y
la baranda de forja que rodeaba el conjunto. La plataforma y la
baranda que se observan en la actualidad se añadieron en la última
reforma, cuando se intentó devolver a la fuente un aspecto más
acorde con su función –abastecer de agua–, renunciando a una
falsa monumentalidad que nunca necesitó.
Animo
a quien que considere que tiene una foto antigua, documento o algún
tipo de información interesante para la historia de nuestro pueblo, que me lo mande a
38gradosnorte@gmail.com y se lo publicaré en el Blog.
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